Andrés Miranda
Uno de mis momentos favoritos es cuando estamos toda la familia reunida. Ana y yo hemos formado una linda familia y disfrutamos mucho de ella. No es una familia perfecta. Tenemos problemas y diferencias, pero eso no impide que nos amemos y crezcamos juntos.
Muchos pastores y creyentes quieren que su iglesia sea una familia perfecta. Se frustran y se desaniman cuando ocurren problemas. Nadie es perfecto y una comunidad de gente imperfecta no puede procrear una iglesia ideal. Hacer de una congregación una familia perfecta es una aspiración desproporcionada. Uno de los principales peligros para una iglesia que pretende funcionar así, es que tiende a cerrarse en su propio círculo. Es difícil entrar en un ambiente de vínculos fuertes y una cultura familiar. El segundo peligro es que cuando ocurre un problema o choque de relaciones, el impacto en el resto del grupo puede ser dañino. El tercer peligro es que el pastor de una iglesia familiar invertirá gran parte de sus esfuerzos y habilidades en mantener la armonía y la convivencia de un grupo de por sí variado en edad y trasfondo.
Las iglesias del Nuevo Testamento tenían muchos problemas. Las cartas del apóstol Pablo reflejan los conflictos, errores y complejidades de las iglesias del primer siglo.
El sentido de misión de la iglesia no es formar una comunidad hermética y atrapada en un lazo afectivo fuerte entre sus integrantes. Queriendo ser como una familia podemos terminar siendo como una secta.
En muchas iglesias familiares la demanda de los miembros por atención, especialmente los más antiguos, es mayor que el deseo de esos miembros de cumplir la misión. Es así que los pastores quedan atrapados en un círculo cerrado. La iglesia para de crecer y se abren otros conflictos. Estas personas critican a las iglesias grandes porque ahí nadie se conoce.
La misión de la iglesia no es ser una familia perfecta. Es ser una comunidad de aceptación, amor y perdón. Para lograr eso necesariamente tiene que ser una comunidad abierta. Imperfecta en su composición, pero perfectamente misional. Eso quiere decir tener claro el objetivo de ser sal y luz, refugio y hospital de los corazones quebrados y escuela de entrenamiento para la vida y para la misión.
Tratar de tener una iglesia perfecta como un country club, nos va a consumir toda nuestra energía y no vamos a poder ganar a los perdidos.
En definitiva, la gente tiene que ser atraída por Cristo, no por nuestra simpatía. .
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